La travesía de 500 colombianos para encontrarse con el Papa Francisco en Polonia

 

Hace dos semanas, Breslavia (ciudad polaca) habría podido pasar por Bogotá en día de partido de la selección Colombia. Había bogotanos envueltos en banderas amarilla, azul y roja en el centro, gritando “eh, oh, eh, oh, eh, ¡Colombia!”. Nuestra bandera tricolor también colgaba del balcón de un apartamento estilo comunista en la periferia, e incluso en un piquete de domingo, en una cancha de fútbol de cemento, alguien entonó el ‘famoso’ “eh, eh, epa, Colombia”.

Fue una invasión de casi 500 colombianos en su camino a Cracovia para el encuentro con el Papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).

A su llegada a Breslavia, después de paradas en Madrid, Frankfurt, Nuremberg y Praga, algunos jóvenes durmieron en el piso de gimnasios de escuela, y luego fueron “adoptados” por familias adscritas a distintas parroquias de la ciudad.

Para poder venir a la JMJ, Jersson y Eduard, integrantes de la Parroquia de Nuestra Señora de la Candelaria, de Ciudad Bolívar, se prepararon durante casi un año. Desde agosto del 2015, todos los domingos, de seis de la mañana a nueve de la noche, hicieron rifas, vendieron arroz con leche y lechona. “Fue un trabajo fuerte”, comentó Jersson, de 20 años, vestido con una de las chaquetas azul aguamarina de la Arquidiócesis de Bogotá.

“En algún momento pensamos que era imposible. Teníamos que conseguir 20 millones de pesos en una semana”, comentó Eduard, de 18 años, y agregó: “Pero valió la pena”.

Ni Eduard ni Jersson, ni los otros cuatro integrantes del grupo de su parroquia quisieron desistir de la idea de hacer esta peregrinación. “En nuestras mentes había un sueño. (…) Decíamos, lo hago porque puede cambiar mi vida”, dijo Jersson, quien espera “enriquecerse con la experiencia” para replicar lo aprendido en la comunidad de su parroquia.

Quizás Eduard y Jersson esperaban un golpe de suerte como los que tuvo Leonardo Jauregui Caycedo, peregrino y co-organizador en esta jornada. A los 23 años, en el 2002, Leonardo le entregó la bandera de Colombia a Juan Pablo II en Toronto, y luego en 2011, le “cantó” al Papa Benedicto XVI en su entrada a la plaza de Cibeles, en Madrid.

Entonces su composición Venimos, compuesta para la cita con el Papa, ganó como Mejor Voz en el concurso Madrid Me Encanta y por eso tuvo la oportunidad de interpretársela al Pontífice en la plaza: “Había unos dos millones de personas y me temblaban las manos”, comentó Leonardo, quien trabaja como psicólogo en colegios de barrios marginales, y canta con el grupo Ministerio de Música Kyrios. “Ni siquiera sé si (el Papa) me escuchó, porque él venía entrando”.

Juego en cancha de Polonia

Una cancha que bien podría haber sido Bogotá, pero era Breslavia

A los colombianos puede que los hayan sorprendido las costumbres polacas y su lenguaje ininteligible: padres de sesenta o cincuenta años, sin habitaciones propias, que duermen en sofá camas en la sala; comida que se multiplica en la mesa con té y café; palabras donde la w suena como v, la ł como w, y la c como s.

Sin embargo, esas barreras no amedrentaron a los jóvenes. “Lo que más me ha gustado ha sido la acogida de las familias. No es una visita de médico como en Colombia”, dijo Eduard. A él y a Jersson, compañeros también en el Seminario Mayor de Bogotá, sus “papás polacos” los agasajaron entre comidas con quesos, frutas y té, y con pepinillos de la działka, la huerta familiar. De la działka suelen salir habichuelas, lechuga, tomates, cerezas, manzanas y flores para la mesa en verano; mientras que en invierno esa misma producción termina transformada en habichuelas en conserva, tomates secos, mermeladas y frutas en almíbar.

“Aquí no desperdician nada. No había día en que (las Hermanas Terciarias Capuchinas, que la alojaron a ella) no cortaran fruta para las conservas, porque la cosecha aquí se da una vez al año. Eso me sorprendió”, contaba Yohanna Arévalo, organizadora de la pre-jornada en Breslavia.

A los polacos parece gustarles preparar (y ofrecer) comida y postres en cantidades proporcionales a su simpatía por los invitados. En Navidad, en Pascua y los domingos circulan infinidad de platos caseros. “Pero come más. Come, come”, pueden repetir los anfitriones (a esta insistencia por llenar las barrigas de los invitados se le conoce en el oriente de Polonia como prynuka, una palabra sin equivalente en español). Yohanna “padeció” en estos días el prynuka con sopas de remolacha, de brócoli, de pasta, de champiñones con pollo, y postres y postres que se multiplicaban. Es probable que otros jóvenes peregrinos también hayan sido víctimas de las copiosas comidas.

La afición de los polacos por homenajear con almuerzos y postres es comprensible: es su forma de expresar cariño. Los polacos son más bien fríos con los saludos y despedidas entre recién conocidos.

Publicada como Nota ciudadana en Las2Orillas

 

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