
Tictac, tictac, tictac, tictac, tictac. Veinte relojes cuelgan de las paredes de la relojería Calvo. A la 12 m., un pajarito canta y parejas de madera salen a bailar de uno de los aparatos. La escena se repite cada hora sin que los hermanos Calvo se desesperen con esa música insistente. Están acostumbrados: sus bisabuelos maternos, al igual que ellos, fueron relojeros.
La tradición comenzó hacia finales de 1800 con una empresa de la familia materna. Luego los descendientes José Rafael, Gabriel y Álvaro Calvo le dieron cuerda al proyecto, y actualmente los hijos de este último mantienen vivo el legado. Así es como Enrique, Fernando, Gustavo y Mauricio restauran relojes de cuerda, de pulso mecánico y de campana en el norte de Bogotá.
“Mi abuelo Elías Rodríguez montó el primer reloj exterior que tuvo la Catedral Primada. Era francés, ahora el original está en el barrio Egipto. Todos mis hermanos fueron relojeros”, relata Álvaro, de 92 años, y quien trabajó para la firma Glauser de joven.
En 1953, él se independizó y montó su taller-oficina en el barrio Chapinero, en la calle 64 con 17, donde sus hijos crecieron viéndolo reparar relojes antiguos. “Antes de aprender a coger el tenedor, aprendimos de relojes”, cuenta Enrique.
Los tesoros
Los Calvo han estudiado, y curado, como doctores, relojes antiguos de la ciudad. Arreglaron los aparatos de la Presidencia durante el mandato de Belisario Betancur. También restauraron el farol externo, con reloj, de la Biblioteca Luis Ángel Arango y le dan cuerda a una colección privada en la iglesia de Lourdes.
Además, sus manos les han devuelto la vida a los relojes del Banco cafetero, el Parque Nacional, a otro ubicado en una torre del Hotel Plenitud, en la calle 127 con 16; y a un dispositivo proveniente de El Charquito (Cundinamarca), que hoy se exhibe en la calle 82, frente al centro comercial Andino. “Ese nos dio bastante trabajo porque estaba abandonado”, cuenta Fernando.
Sin embargo, hubo uno, tal vez su preferido, que Enrique y uno de sus tíos resucitaron en vano. “Es francés, tiene unos 200 años y los pájaros volaban de una rama a otra. Hace un tiempo lo tenían exhibido en el Museo Nacional, pero hoy ya no funciona y así pierde el encanto”, afirma Enrique con pesadumbre.
El abandono de estos aparatos y otros en la ciudad, obedece, según Mauricio, a que sus dueños ignoran la magia de su mecánica interna. “Hace falta conocerlos; una vez se sabe cómo funcionan, la persona empieza a quererlos”, dice.
Hoy los Calvo ya no reciben tantos visitantes como hace dos décadas, cuando los aparatos eran mecánicos y no de cuarzo. Sin embargo, siguen restaurando el tic tac interno de instrumentos que pertenecieron a los antepasados de sus clientes y que son tesoros familiares.
“Casi siempre nos traen relojes de los abuelos; son joyas”, concluyen con firmeza Enrique y Fernando.
*Historia publicada en El Tiempo Zona en junio de 2011.