Hay tres, incluso cuatro ciudades. La que se ve desde una ventana, la que se observa a pie, y la que se recorre en bicicleta o en moto, por ciclorrutas y vías.
Tal vez los interminables trancones en horas pico encerrados en un vehículo, hagan crecer y afear la ciudad en la imaginación. Pero en ‘bici’, la urbe es un poco más amable: “Bogotá no es tan grande como parece”, dice un ciclista experto.
Además, los ciudadanos se encuentran “codo a codo, se huele el champú del vecino, se entabla una relación emocional con otras personas”, indica el realizador audiovisual y experto en movilidad danés Mikael Colville-Andersen, en su conferencia ‘El poder del pedal’.
Desafortunadamente, en Bogotá no siempre es buena idea charlar con desconocidos en la ciclorruta. O eso es lo que recomiendan quienes la usan a diario, pues un método de robo es hablarle al ciclista y luego, ¡zas!, robarlo en un abuso de confianza.
Sin embargo, hay una oportunidad para reconciliarse con la Bogotá insegura y extensa en los ciclopaseos nocturnos y diurnos, así como en las caravanas a la universidad a bordo de una ‘bici’. En los ciclopaseos nocturnos, por ejemplo, los ciclistas pueden interactuar y pedalear sin problema 24 kilómetros de los 307 de área urbana de Bogotá, y conocer lugares como el Humedal Juan Amarillo, el barrio Santa fé, el parque Mirador de los Nevados.
Hace poco, con el ‘Ciclopaseo cachaco en Bogotá’ 180 participantes disfrazados redescubrieron casonas de Teusaquillo y La Candelaria.
Columna de opinión publicada en septiembre de 2011, en DiarioADN Colombia.