El diario perdido de Soledad Acosta de Samper

Si hace más de veinte años a duras penas se conocía a Soledad Acosta de Samper en nuestro país, difícilmente se podía afirmar que existía un diario suyo. A comienzos de este siglo, un grupo de investigadoras se obsesiona con hallarlo.

Carolina Alzate se dio por vencida. ¿Existiría en realidad? En 1998 había empezado a trabajar en el grupo de investigación sobre Soledad Acosta de Samper con la profesora Montserrat Ordóñez. Bernardo Caycedo, miembro de la Academia Colombiana de Historia, era la única persona que había hecho alusión a un diario de la autora en un discurso, a propósito de la ubicación de un retrato de Soledad en 1952, en la Sala de sesiones de la Academia. Pero Caycedo podría haber usado una figura retórica, pensó Alzate desesperanzada.

Imagen de Soledad Acosta de Samper
Cultura Banco de la República de Colombia, CC BY 2.0 https://creativecommons.org/licenses/by/2.0, via Wikimedia Commons

Carolina y María Victoria González, su asistente de investigación por esa época, estuvieron buscando en la prensa escrita con minucia. Harold Hinds, uno de los pocos autores que ha estudiado a Soledad, hacía referencia a unos manuscritos de José María Samper, el esposo de Soledad, en Yerbabuena -la biblioteca del Instituto Caro y Cuervo-. Pero allá tampoco estaban catalogados esos documentos. El diario debe estar pudriéndose en una gaveta, concluyeron, y dieron por cerrado el caso.

“Estaba trabajando en la biografía novelada (Soledad Acosta de Samper, una historia entre buques y montañas) y necesitaba unos datos sobre José María Samper. Entoces mandé a María Victoria para que los buscara”, recuerda Carolina. Cuando María Victoria volvió en el 2003 a Yerbabuena para preguntar por los manuscritos, una persona de circulación del Instituto pasaba por allí y la escuchó. “¿Sabe que a mí me parece haber visto eso?”, le dijo.

¡Setenta años después de escrito, el diario aparece! Cuando María Victoria vio el armario con los manuscritos adentro casi se desmaya, literalmente. “¿Ustedes no sabían que tenían esto?”, le preguntó entonces a la directora del Instituto. Resultó que como no estaban incluidos en el registro del archivo, ¡se creía que no existían! La asistente de investigación llamó emocionada a Carolina: “¡lo encontré! ¡Apareció!” En el siguiente año y medio, ambas tendrían que recuperar, transcribir y editar setecientas páginas manuscritas o más, para conocer a la autora desde sí misma y aplicar a una de las becas que estaba entregando el Instituto Distrital de Cultura y Turismo.

Solita Acosta”

Soledad le hace honor a su nombre. Es una mujer reservada, siente que no encaja con las mujeres que la rodean, siempre alegres y vivaces, siempre dispuestas al baile y la diversión. ¿Será que estoy loca? Dios mío, ayúdame, le expresa a su diario, a quien considera su único amigo, o el único interlocutor que la comprende: pues además de no sentir suficientemente cercanas a sus “amigas”, teme ser criticada por sus pensamientos y angustias.

El 5 de mayo de 1833, Soledad nace en Bogotá del matrimonio de Joaquín Acosta, general, historiador, geógrafo y diplomático, y Carolina Kemble, una canadiense. Joaquín quiere darle una educación no convencional respecto a los parámetros de la época: que escriba, pinte, deletree y toque piano. Viaja de pequeña a estudiar a París y también a visitar la casa de su abuela materna en Halifax (Nueva Escocia), y regresa a Bogotá a los diecisiete años. Cuando Soledad se queda en casa de sus primas en Guaduas, se recuesta en el balcón a ver pasar la gente, y en uno de esos días cruzará miradas con José María Samper, amor platónico y futuro esposo.

A los veinte años comienza a escribir en el único diario que se conoce de ella. Carolina Alzate explica que otros cuadernillos similares, de corte autobiográfico, no llegaron al armario de Yerbabuena. En su primera entrada, el 14 de septiembre de 1853, Soledad relata: “me he decidido a escribir todos los días alguna cosa en mi diario, así se aprende a clasificar los pensamientos y a recoger las ideas que uno puede haber tenido en el día”.

Se tiene poco conocimiento de mujeres que hayan escrito autobiografía en el siglo XIX – aunque María Victoria está trabajando en una tesis que afirma que hubo varias que sí lo estaban haciendo-; no se consideraba acorde con su rol, qué tendría de interesante una mujer para relatar: ¿cómo hizo la receta de la carne?, ¿cómo cuidó los niños hoy?

Aun así, el diario fue parte de la escuela de Soledad. Si bien le ayudaba a desahogarse, también le calentó la mano, la preparó para el oficio de la escritura. “Un diario es una necesidad de casi todos los escritores, como la tesis final de un estudiante. Forma parte del proceso de aprendizaje, elaborar, elaborar y elaborar para llegar a la escritura, pues escribir sobre uno mismo es la esencia del ser humano”, afirma María Victoria respecto a las razones que movieron a Soledad para llevar un diario.

Soledad escribe su despedida al “amigo” un día antes de casarse, el 4 de mayo de 1855 a las diez de la noche. “¡Adiós mi diario, adiós!… Te comencé con dudas, con tristezas, con amargos pensamientos aunque una esperanza brillaba entonces en lontananza, esperanza que vi realizada después (refiriéndose a su amor con José María, Pepe)”, le dice a su acompañante de un año y ocho meses. Ya casada podrá prescindir de su escritura.

“Ahora tengo otros deberes que cumplir y sólo a él debo contar mis pensamientos. Sólo en él tendré la confianza que tuve contigo”, escribe. Samper hará las veces del diario, la escuchará y apoyará. De manera figurada, el Diario entrega la mano de Soledad como lo haría un padre (Joaquín había muerto hacía tres años tras contraer una fiebre en el río Magdalena).

Samper influye en la formación de Acosta como escritora, periodista e historiadora; y es comprensible, es el hombre que más escribe en el siglo XIX. Desde Europa, Soledad se bautiza en los diarios como corresponsal para El Comercio en Lima, y El Mosaico en Bogotá. Su esposo envía asímismo colaboraciones para esos periódicos, comparten lecturas y disertan sobre el fundador de la tertulia El mosaico, José María Vergara y Vergara, quien no gusta de las mujeres escritoras ni lectoras.

Soledad escribe novelas, cuadros, biografías. En su salto del ámbito privado al público, busca conectarse con sus lectores, con la ideología del momento y especialmente con las mujeres para que ellas también se cultiven y no solo se nutran de novelas de amores.

¿A qué horas era madre, lectora, esposa, escritora, ciudadana? Quizás la respuesta esté en su organización. María Victoria González cuenta sorprendida que entre los papeles del armario en Yerbabuena había recordatorios: “no se me olvide este autor, no se me olvide esta fecha”. Además se encontró que tenía definido el argumento y las características de los personajes de sus libros. Se hallaron varias obras inéditas de Soledad en ese armario. Catalogar además de archivar implica la lectura juiciosa de la obra. ¿Qué más tesoros habrá en nuestra literatura y en nuestras bibliotecas?

Texto escrito para el trabajo final de una asignatura de la Universidad Externado de Colombia, en 2007.

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