Ubicado en el occidente de Polonia, se le conoce más por ser el escenario de juegos de rol de Harry Potter.
Pasar una noche o un fin de semana en un castillo medieval es un plan romántico en Europa. Por eso en la víspera de San Valentín el plan es cenar a la luz de las velas, asistir a sesiones de sauna y masaje, o también bailar en los salones y habitaciones de palacios donde alguna vez vivieron príncipes y duques.
El castillo polaco Czocha festeja el amor en febrero y en cualquier otra época del año, cuando no hay aficionados al juego de rol transformándose en magos de Harry Potter. Marian Świeży en su libro Castillo de Czocha, historia de secretos legendarios* dice que allí se organizan matrimonios y conferencias, y que celebrar la boda en este lugar “es garantía de una vida (en pareja) feliz”.
Quién sabe por qué casarse allí equivale a un matrimonio promisorio. Las leyendas del castillo en lugar de románticas son más bien macabras, o de telenovela. Si el novio o la novia ha puesto ‘cachos’, ¡a huir! Abundan los relatos de mujeres que engañaron a su marido y terminaron asesinadas en el pozo del patio. Supuestamente quien se asome a ese ‘pozo de las esposas infieles’ (así se llama), al día siguiente podría amanecer calvo si su mujer tiene un amante. ¡No le salen cachos en la frente, sino calva!
Perder pelo en un día por culpa de una traición suena, claro, descabellado. Por desgracia, la suerte de las esposas arrojadas al pozo no parece inventada. Si aún hoy, en el año 2016, los esposos asesinan o maltratan a sus novias y esposas, este cuento no parece traído de los cabellos.
Uno de esos maridos furibundos fue Krzystof Nostitz, hombre interesado en la extracción de oro y dueño de Czocha en el siglo XVII. A sus 24 años, Krzystof decidió casarse con Gertrudis -una adinerada pariente del emperador-, esperando poder gozar del capital de su mujer. Y cuando descubrió que su deseo no se materializaría, se enfadó y dijo, según escribe Marian Świeży, que “no cuidaría de una mujer fea, gorda y vieja”.
Krzystof viajaba con frecuencia por negocios, a veces durante temporadas largas. Un día, a su regreso, descubrió a su mujer en cama. Ella intentó excusarse con que tenía la peste. Él no le creyó: sus sirvientes le habían informado que estaba embarazada. Entonces, furioso, arrastró a Gertrudis hasta el frío patio y la empujó foso abajo.
Hoy el pozo está enrejado y es imposible ver dónde termina. Los actuales dueños del castillo-hotel querrán evitar que algún despechado imite a Krzystof, porque otro hombre arrojó allí a su mujer, Ulrika, también por ‘cachos’, un siglo después de que lo hiciera Krzystof. Se dice que el fantasma de Ulrika a veces se aparece como una mujer rubia y de ojos azules y que llora desesperada por su hijo bastardo, tapiado vivo encima de la chimenea de mármol del castillo. En tiempos medievales, explica Marian, emparedar niños vivos “traía buena suerte a la casa”.
Como ven, es un paraje espantosamente romántico. Sin embargo, aquí no terminan los crímenes pasionales. Ocurrió uno más -o quién sabe cuántos- en la habitación más lujosa del castillo: la cámara del Príncipe, por la que muchos pagan un millón de pesos para celebrar su luna de miel -¿o de hiel?-.
A sus 58 años, Johan Nostitz, un familiar lejano de Krzystof -y también dueño de Czocha durante su vida-, se casó con Anna, una mujer joven y atractiva. La primera noche durmieron abrazados tras prometerse amor eterno. Una mañana, Johan le pidió a su mujer que lo acompañara en la cama. Intentó seducirla, escribe Marian, y al ver que no tenía éxito Johan se enojó y empezó a recriminarle el que no se quisiera acostar con él; la culpaba de haberse casado solo por dinero. “Entonces Johan movió una palanca en la cabecera de la cama: el lado izquierdo del lecho se abrió y Anna cayó a la nada”, se lee en el libro de Marian. Aunque casi suena como una historia de Juego de tronos, o de alguna producción fantástica de Hollywood, en ese tiempo la cama con dosel de la habitación estaba conectada al río Kwisa. “El mecanismo hoy está desactivado”, dice sonriendo una guía del castillo-hotel una soleada mañana de domingo.
Este “romántico” destino fue además un campo de trabajo forzado durante la II Guerra Mundial así como una escuela alemana para espías. Parece haber tantos misterios e historias truculentas como pasadizos secretos. Y hay una habitación con un tesoro, cuyo acceso está restringido por un código que solo pueden conocer los fantasmas.
Publicada en la revista Shock el 13 de febrero de 2016
*Gracias a Ewelina Cembrzynska por su colaboración en la traducción de apartes del libro de Marian Świeży.