Tres estudiantes de licenciatura en matemáticas de la universidad Pedagógica preparan el trabajo final para su clase en una sala de la sede norte de biblioteca Luis Ángel Arango -la Casa Gómez Campuzano-, en la calle 80 con 8a. Ese es su lugar favorito de la localidad para estudiar porque pueden concentrarse.
Gustavo Chalín, habitante de Usaquén, también prefiere leer allí ejemplares de filosofía, psicoanálisis y derecho, porque se ahorra el viaje hasta el centro. “Puedo pedir libros de cualquier parte del país y me los traen”, explica.
Chalín y los estudiantes no se imaginan que en esa sala silenciosa en donde se acomodan para leer, hace 50 años la familia Gómez Campuzano se sentaba a comer.
Desde el año 2001, en la vivienda, habitada entre los años 50 y 80 por el pintor Ricardo Gómez Campuzano y su familia, funciona una sala alterna de la Luis Ángel, cuya sede principal está en La Candelaria. Alberga 80 cuadros del artista, así como una colección de 41 mil libros del abogado, político y economista Alfonso Palacio Rudas, por un comodato con el Banco de la República.
Calor de hogar
“Cada vez que entro a mi antigua casa, me acuerdo del teléfono sonando o de la visita del novio”, relata la nieta de Gómez Campuzano, Inés Elvira Casas.
Ella creció y se casó allí, y su mamá, Inés Gómez, habita una vivienda contigua, levantada a finales de los años 70 como una ‘hija’ de la construcción inicial, que hoy está separada de la biblioteca.
Actualmente, la solemnidad de algunos salones es el común denominador entre sus viejos y nuevos habitantes.
La sala para las visitas elegantes -la primera estancia de lectura a la vista- estaba prohibida para los niños, porque podían romper los jarrones chinos o rayar los muebles. Y el estudio del artista, en el tercer piso -allí se hacen reuniones del Banco-, también era “sagrado”: “Era una zona a la que no se podía venir a correr ni entrar sin avisar”, recuerda la nieta sobre el lugar de trabajo de Ricardo.
“Las maromas estaban prohibidas”, señala Gómez. ‘Tita’, la abuelita, la esposa de Ricardo, era estricta: ponía a sus nietos a limpiar el tapete de hojas de los sauces llorones del jardín con la orden: “A barrer mijita que eso es bueno para los brazos”, apunta Casas.
En vacaciones, el pasatiempo de la nieta era montar en triciclo en el garaje, o recoger y coleccionar los pinceles y colillas de cigarrillo que Ricardo botaba por la ventana de su estudio al jardín. Otras veces, su abuelo le pagaba por ayudarle a templar los lienzos.
Él convirtió el Gran Salón de su casa, en el primer piso, en una galería de arte. Allí se sentaba a fumar en una silla con su hermano y “no había un solo espacio en la pared en donde no hubiera un cuadro”, señala Casas.
Ricardo pintaba lo que veía, aunque se necesitaran 10 ó 5 sesiones de una o dos horas y la paciencia de los modelos. “Le gustaba pintar nuestras costumbres”, expresa Casas al tiempo que señala el cuadro ‘Segadoras’, pintado entre Chía y Cajicá.
La sala norte de la Luis Ángel
“Es un punto que acerca la biblioteca a esta parte de la ciudad”, dice Margarita Garrido, directora de la biblioteca Luis Ángel.
Los usuarios pueden sacar allí libros de cualquier parte del país, que estén en la red del Banco de la República. Hay servicio de fotocopiadora, se pueden consultar bases de datos de la biblioteca, también se prestan libros, casetes, películas y CDs.
Hay programación cultural y se hacen lanzamientos de libros. Si el ejemplar se solicita en la mañana, llega en la tarde. La colección de Rudas tiene libros de economía, ciencias políticas, derecho, historia y algo de literatura universal.
Nota publicada en El Tiempo Zona y en El Tiempo en junio de 2010