No puede hablar ni gritar del dolor. Tampoco hay una máquina que registre sus signos vitales, pero sufre en silencio, frente a miles de transeúntes y conductores que lo ven pero no le prestan atención. Puede ser un roble, una eugenia, un jazmín, un sangregado o un falso pimiento.
Desde el año pasado, dos cuadrillas –compuestas cada una por tres operarios, un conductor y un ingeniero del Jardín Botánico– han tratado a 400 de los 4.891 ‘pacientes’ en estado crítico de Chapinero con palas, podas y aspersiones de pesticidas biológicos y fertilizantes para constrarrestar plagas como el sangalopsis, el insecto espina y la escama globosa, entre otros parásitos.
A partir de las 8 de la mañana, y de lunes a viernes, esos ‘médicos’ y ‘enfermeros’ vestidos de amarillo y verde cargan agua en la quebrada Arzobispo, a la altura del Parque Nacional, para lavar los árboles en espacio público con jabón, agua y fertilizante, en las calles 94, 100 o las carreras 11 y Séptima
Cuando llega la ‘ambulancia’, el carro del Jardín, al área de trabajo, el equipo se baja y acordona el paso con una cinta amarilla. Un integrante prende el motor para que salga agua de la manguera hasta que esta se agote y deban volver a llenar el tanque en el Arzobispo.
Así transcurren desde el año pasado algunas jornadas de la Unidad de Sanidad Vegetal del Jardín Botánico, encabezadas por los ingenieros Lina Campos y Jose Castro, gracias a un convenio que firmó la alcaldía menor con esa entidad, por 76’250.000 pesos, para examinar en detalle y hacer el manejo fitosanitario (control de insectos y hongos, por ejemplo) del arbolado; así como para incrementar la plantación y mantenimiento de árboles y jardines.
“A muchos se nos olvida que los árboles se enferman y que si no fuera por su labor no podríamos respirar –recuerda Francisco Bocanegra, jefe de la oficina de arborización del Jardín Botánico que ha dirigido el proyecto–. Sirven como reguladores de agua, regulan también la producción de oxígeno y CO2 y además protegen los suelos”.
Diagnóstico no reservado
De acuerdo con el censo de arbolado urbano del 2007, Chapinero es una de las siete localidades con menor cantidad de árboles de Bogotá: la ciudad tiene 1’129.249 árboles, y Chapinero solo 47.956, mientras en Suba hay 253 mil y en Usaquén 111 mil. Por eso la alcaldía local quiso realizar un diagnóstico detallado para saber cuáles y cuántos estaban afectados.
“Preocupaba que los pocos árboles que tenemos estuvieran en mal estado”, explica la alcaldesa Blanca Inés Durán sobre por qué su antecesora en el cargo firmó el acuerdo. “Se sabía que una gran parte de la población estaba enferma –22.388 estaban en un estado deficiente a crítico–, pero no se especificaba de qué”, agrega.
Entonces, para indagar por qué se producían las enfermedades de algunas plantas, si era por un patógeno o por una deficiencia nutricional, se enviaron muestras a la Clínica del Diagnóstico del Instituto Colombiano Agropecuario, ICA. Y ya que allí ‘no dieron con el chiste’, se pidió a expertos chilenos que las analizaran, pero ellos tampoco lograron determinar qué causaba la enfermedad.
Duros de matar
Aunque el convenio tiene estipulado sanear 600 ejemplares, el 10 por ciento de los árboles más enfermos, el Jardín afirma que se encargará de los restantes, así como lo ha hecho en las otras localidades de Bogotá sin que existan acuerdos para su cuidado.
“Las plagas han existido por 400 ó 500 millones de años y los homínidos por 3, así que no podemos pretender acabarlas con el tratamiento”, explica el ingeniero Castro, magíster en Fitoprotección integrada, quien agrega que eso no impide que se adelanten acciones para asegurar su bienestar.
Este estudio para conocer su estado de salud ha sido un primer paso que otras localidades aún no han adelantado. En Chapinero se logró determinar, por ejemplo, que los árboles más amenazados son el caucho Sabanero, el urapán y el falso pimiento. Y de acuerdo con Castro, se hicieron dos descubrimientos a nivel mundial y local en el marco del proyecto. “Encontramos el primer reporte en el país del insecto escama del escudo del eucalipto en el eucalipto –asegura– y también es la primera vez en el mundo que el síntoma de escoba de bruja –que puede matar al árbol en 4 meses– se da en el sangregado, que es una especie nativa”, explica.
Otro problema es el de los excrementos de los perros. “Aunque las personas crean que son abono, solo funciona así en el bosque. En la ciudad la deposición de los animales produce ácidos mortales que envenenan gradualmente al árbol”, relata Bocanegra.
La contaminación atmosférica y las variaciones del clima también los debilitan. “Los cambios bruscos de temperatura hacen que la corteza se agriete y se dilate, es como cuando metes a la nevera una botella caliente: se puede estallar”, añade Castro.
¿Por qué se enferman los árboles?
Bocanegra y Castro coinciden en que el traslado de árboles de bosque a la ciudad hace que estos sean vulnerables a los insectos. Mientras en su entorno natural se da una simbiosis donde todos conviven con todos, en la urbe los bichitos son contraproducentes. Y ya que los depredadores -que son los que se comen a esos animales- escasean entre los carros y los edificios de la ciudad, los árboles no tienen quién los defienda.
Nota publicada en El Tiempo Zona en abril de 2009.