Ella se me aparece en sueños. Quiere que salgamos juntas como antes, que ignore los cortos días fríos, me abrigue de las orejas a las puntas de los pies, y rodemos como acostumbrábamos en Bogotá: por lo menos siete kilómetros cada día sin temores por carros o buses atravesados.
Extraño la persona que yo era a su lado: independiente, segura de mí, valiente y lista para enfrentar los huecos, conductoresyvendedores ambulantes. Aquí en Londres ya son más de seis meses sin el pedaleo diario y tres semanas sin siquiera montarme en ella.Aunque la ‘bici’ no dice nada, el cuerpo me grita que esa mujer que yo era en su compañía debe regresar por mi salud.
Esta parece una declaración de amor –y podría serlo- pero sé que quienes aprecian las ciclas como yo me entienden, pues el ‘caballito’ de acero para nosotros es más que un simple objeto de aluminio con dos llantas, es un aparato que nos transforma. Y tener a la bicicleta relegada a una esquina donde solo el polvo se posa en ella es abandono de esa persona en la que nos habíamos convertido.
Sencillo, decídase y saque la cicla, pensarán ustedes, lectores. ¡Me encantaría! Sin embargo, como expliqué en una entrada anterior, en Londres no hay vías en las que me sienta segura para pedalear, y conforme las temperaturas del otoño e invierno bajan hacia cero, se me espanta por completo el ánimo para rodar.
Ciclistas afiebrados no dejan de subirse al ‘caballito’ por esta época y dicen que es el mejor medio de transporte. “En invierno, los ciclistas bien preparados se mantienen más calientes y secos que otras personas. El resto de usuarios de transporte, en algún punto, deben enfrentar la lluvia o el frío entre las puertas del carro, el bus o el tren y su destino final”, relata Ben Irvine, autor de Einstein and the art of mindfulcycling en una publicación sobre ciclismo. “Cuando pedaleo en invierno, siento como si tuviera un calentador interno bajo mi saco”, añade él. En mi caso, no siempre ocurre así, o será que debo mover las piernas mucho más rápido.
He llegado a contemplar su hipótesis como cierta. Entonces me imagino en la cicla, feliz, porque no tengo que esperar en el frío de 1 grado a que el bus llegue. Pero me despierto de la ensoñación, porque mi temor por rodar junto a vehículos sigue latente.
Hasta ahora, en días de 5 grados centígrados, que se sienten como 3, una chaqueta hasta las rodillas y dos sacos debajo no bastan mientras pedaleo con un viento frío en la cara que se filtra cuello abajo.
Si ustedes tienen algún consejo se los agradecería. Por lo pronto, espero abrigarme aun más –si es que puedo moverme entre la ropa- y escaparme a los canales, sitios perfectos para pedalear. Si el frío me congela en elintento, tendré que montarme a una bicicleta estática, como dice papá, para liberar las endorfinas que tanto extraño.
Nota publicada en el blog Yo prefiero la ‘bici’ de Diario ADN Colombia el 3 de enero de 2013