Me confieso: perdí el impulso en la bicicleta. Sigo ‘enamorada’ de ella, pero desde que vine por una temporada a Londres -hace cinco meses-, las vías de esta nueva ciudad me apabullan. Estaba mal acostumbrada a pedalear tranquila en ciclorrutas separadas del tráfico en Bogotá y ahora aquí no tengo confianza suficiente para recorrer largas distancias junto a los vehículos.

Los ciclistas londineses comparten la vía con los buses, de uno o pisos, y tienen ‘cebras’ pintadas en el suelo con una bicicleta: allí esperan el cambio de semáforo, separados de los peatones y de los vehículos. Hay bicisendas pintadas en las calles principales y en las locales, pero no siempre es fácil usarlas porque allí se mal parquean carros, y pocas están segregadas por medio de alguna barrera física.

Puede que me haga falta confianza para moverme entre los carros, pero el tema de crear infraestructura separada del tráfico de buses y automóviles no es menor. De acuerdo con una investigación del ‘American Journal of Public Health’, las vías diseñadas especialmente para ciclistas reducen el riesgo de sufrir un accidente.

Algunos pensarán que exagero porque Bogotá es mucho más peligrosa con sus conductores afanados o irrespetuosos. Les doy la razón en que aquí la ‘cultura ciudadana’ hacia el ciclista es envidiable. Si los ciclistas bogotanos gozaran de ese respeto en las vías – sin contar los huecos, los desniveles ni la invasión del espacio público en las ciclorrutas-, sería la ciudad perfecta para pedalear.

El Distrito anunció que 145 kilómetros más de vías para ciclistas se construirán, con un nuevo estilo, a través de bicisendas o bicicarriles. ¡Excelente noticia! Pero así como se invierte en infraestructura, se debe invertir para que todos podamos convivir sin miedo mientras caminamos, pedaleamos o conducimos.

Nota publicada en el blog Yo prefiero la ‘bici’, en Diario ADN, el 26 de noviembre de 2012