Cric, cric, cric

‘Ey, Grillo’, jugaban. No era Guillermo, ni Guillo, sino ‘Grillo’. Él lo tomaba con calma. Se ponía una sonrisa postiza de cinco segundos, se acomodaba el pelo y los despedía. Que se burlaran por su afición a los bichos no era más que un halago; una dulce costumbre.

Estaba por cumplir 50 años y pronto esperaba recibir el visto bueno por una investigación pionera en el mundo: “El futuro de la humanidad. Cómo descifrarlo según las migraciones de insectos de climas cálidos a climas fríos”.

Su obsesión con el tema comenzó una noche de 2009 en que escuchó un ruido extraño en el antejardín de sus papás, en Bogotá. “Mamá, ¿oyes eso?”, se alarmó entonces. Ella percibía el chirriar de una silla mecedora. “Parece que hubiera un grillo entre tus árboles”, le dijo cuando se despedía.

Al atardecer siguiente regresó sin tocar a la puerta, ni entrar a saludar. Estaba convencido de que el sonido no provenía del interior de la casa y no debía perder tiempo. Se arrodilló en el césped, aguzó el oído y prendió una grabadora de voz. Cric, cric, cric. Sí, no se lo había imaginado. Cric, cric, cric. Si el insecto frotaba sus patas sin detenerse durante 8 segundos sería sin duda un grillo; lo había comprobado en un libro la noche anterior. Cric, cric, cric.

 

—¡Señor! ¿Qué hace entre mis plantas? Me las va a dañar. ¡Auxilio, ladrón! —exclamó la mujer desde la reja, con el bolso bajo el brazo.

—Mamá, ¡soy yo!, Guillermo, cálmate, no grites por favor. Es que anoche se me cayó algo y creo que está por aquí- dijo, al tiempo que guardaba la grabadora en el bolsillo.

—¡Esa costumbre tuya de aparecer sin avisar! Pareces un fantasma. ¿Ya saludaste a tu papá? Entra, te tomas un café y te preparo la cama, como en los viejos tiempos. Además qué vas a ver a esta hora. Mejor lo buscas mañana con la luz del sol.

—No mamá. Paso. No ha anochecido, todavía tengo tiempo. Encuentro eso y me voy, tengo un poco de afán.

—Ay, Guillito. A menos de que tengas una cita con una mujer, no te dejo ir.

—¡Mamá! Ni que tuviera 15 años.

—¡Ni que tuvieras quién te espere en casa! Mírate, con 49 años y desde hace cuánto no tienes novia. Ese laboratorio te absorbe y tú ni te das cuenta- lo besó en la frente y le ordenó las cejas, que parecían saltamontes.

—Me voy. Nos vemos después, mamá.

 

Desgrabó el audio. Contabilizó los cric. Doce en 8 segundos. ¡Era un grillo en plenos 16 grados centígrados! No debía sacarlo de su hábitat, comenzaría a investigar de inmediato; pasaría revista todos los días para comprobar que seguía allí, vivo, a pesar de las bajas temperaturas de la ciudad. Eso alegraría a su mamá.SAM_4286

Necesitaba más insectos como ese en Bogotá. Pero no quería ayuda de compañeros científicos. Era un proyecto ambicioso y él quería el crédito completo. Ya había indicios de dengue. Esta sería la noticia científica del año. “El calentamiento global es un hecho: Aedes aegipty y Gryllus bimaculatus ahora viven en Bogotá”, se imaginó triunfante en una entrevista de televisión. “Sí, Claudia, por curioso que resulte, debemos prender las alarmas. Hoy nos invade el insecto del dengue y los grillos, mañana pueden ser cocodrilos, serpientes, tarántulas”.

Sonaba como un oráculo pesimista, sin embargo, la supremacía de los bichos y los microorganismos sobre la raza humana estaba demostrada. ¡Qué no habían sobrevivido las cucarachas en miles de años!

A la semana de su hallazgo contrató a una joven estudiante de Biología para que lo ayudara. Ella no se robaría su información. Tenía 20 años, la habilidad de una araña para envolver con sus argumentos y la sumisión de una aprendiz. Era de confiar.

—En tres meses debemos finalizar el informe y llevarlo a la Sociedad Colombiana de Entomología. ¿Entendido? —le dijo meloso y le picó el ojo.

Durante un mes, su ayudante lo acompañó a la librería y al jardín de su mamá. El primer día ella no escuchó el chirriar del animal, tampoco el tercero ni el cuarto. Por fin, a la semana de acompañarlo le dio la razón, aunque estuvo a punto de creer que estaba loco.

—Hay que abrir los oídos para encontrarlos. Shhh, ¡shhh!

Cric, cric, cric

—Óyelo, ¡por fin! Ahora hay que buscar en dónde está para llevarlo al laboratorio. Con cuidado, ¡no hagas ruido! ¡No te muevas mucho!

Sólo encontraron un ‘individuo’. Él pensaba que había dos, que él le estaba cantando una serenata a su hembra. Parecía que no. Tal vez su vida en Bogotá fuera casualidad: un niño lo había traído; se había colado por equivocación en un bus. ¿Un grillo sería suficiente para demostrar su hipótesis sobre el caos climático?

¡Pero existía! Al menos eso no era producto de su imaginación. Envió a la muchacha a encontrar otros insectos en parques de la ciudad. Nada, ningún rastro de los chirridos. Cambió de ayudante otras dos veces; nada.

Se resignó a trabajar con el grillo del jardín de su mamá. “El metereólogo Frank H. Forrester descubrió que al contar el número de chirridos del animal se puede descubrir cuál es la temperatura del aire”, decía en su informe.

“La temperatura se elevó de 18 a 20 grados centígrados en Bogotá luego de aplicar la fórmula de Forrester, según la cual se deben sumar por cinco, las veces que un grillo emite su sonido en 8 segundos: durante un mes se aplicó la fórmula a las 12 del día y se encontró que cinco veces de diez, chirrió 12 veces en 8 segundos”, continuaba.

Entregó su estudio una mañana fría y lluviosa de 2010. Lo llamaron tres meses después para recibir el veredicto. Estaba emocionado y preocupado a la vez. Su grillo parecía enfermo por el frío, él ya creía y descreía de su investigación.

“Ey, Grillo”, se burlaron algunos profesores de la Sociedad. “¿Me vas a leer el futuro en las patas de los grillos?”.

Dolido, se marchó como un bicho raro.

Ejercicio para la Especialización en Creación Literaria de la Universidad Central (2010)

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